Antes de que aparezcan las palabras, ya hay comunicación. Desde el momento en que una niña o un niño llega al mundo, su cuerpo habla: se agita, se encoge, llora, sonríe, se calma, se tensa… Y quienes le acompañan intentan leer esos mensajes con amor e intuición.
La infancia, especialmente en sus primeros años, se expresa fundamentalmente a través del cuerpo. El movimiento, el juego, los gestos, el tono muscular, la postura… son formas en que una criatura dice lo que siente, lo que necesita, lo que teme o desea.
Cuando hablamos de expresión corporal en la infancia no nos referimos solo a lo motriz, sino también a lo emocional. Un niño que se tira al suelo en plena rabieta está comunicando. Una niña que se esconde detrás de una cortina también. A veces son mensajes de alegría, otras veces de miedo, de frustración, de necesidad, de contacto o de exploración.
Lo corporal y lo emocional están profundamente entrelazados: un cuerpo relajado, que se mueve con libertad y placer, suele ser señal de que la criatura se siente segura. Un cuerpo tenso, rígido o inhibido puede hablarnos de algún tipo de malestar o inseguridad.
Las personas adultas tenemos un rol fundamental: observar sin juicio, estar presentes y disponibles, sin apresurarnos a interpretar desde el mundo adulto. A veces, lo que una niña o un niño necesita no es una respuesta inmediata, sino simplemente que alguien le mire con atención, que le sostenga emocionalmente, que le dé tiempo.
Escuchar con la mirada es permitir que el cuerpo se exprese sin forzarlo a encajar, sin exigirle que lo haga de otra forma. Es confiar en que cada persona tiene su propio ritmo, y que su manera de moverse y jugar nos cuenta cosas importantes sobre su mundo interior.
En las sesiones de psicomotricidad ofrecemos un lugar seguro donde el cuerpo puede desplegarse libremente. A través del juego espontáneo, del movimiento, del uso simbólico de los materiales y del vínculo con la persona adulta, las niñas y los niños elaboran sus emociones y construyen su identidad.
Allí no se les enseña a hablar con el cuerpo; se les permite hacerlo. Porque su lenguaje ya está en ellas y ellos. Solo necesitan que alguien les escuche.